Nuestros hermanos los Atlantes (la Atlántida)
Conocimientos sobre la Atlántida

CONOCIMIENTOS SOBRE LA ATLÁNTIDA

Conocimientos sobre la Atlántida

 

Lista de Informaciones

 

 
  Entrevista extraída de la revista Mas Allá (1996)

 

 
  Escrito del Dr. Serge Raynaud de la Ferriere en los años 1952-1954

 

Noticia Espiritual Nueva
  Serie Documental Conexión Atlante (5 capítulos)

 

  Las Islas Canarias están en España   Volver



 

Entrevista extraída de la revista Mas Allá (1996)

  Son muchas las personas que, a lo largo de los siglos, aseguran haber visto entre las islas de La Palma y Hierro, especialmente en días soleados, una isla que "aparece y desaparece" y a la que resulta imposible llegar. Popularmente conocida como San Borondón, “la octava isla" de Canarias, cuyas misteriosas características eran ya motivo de asombro en el siglo II para el cosmógrafo Ptolomeo, ha vuelto a ser vista en nuestros días. Es más: tres pescadores canarios afirman haber estado en ella y aseguran que se trata de una base atlante construida hace once mil años. ¿Realidad o ficción?

  Cuenta la leyenda que el archipiélago canario está integrado en realidad por ocho islas -y no siete, como figura en los mapas- si bien la octava aparece y desaparece como por arte de magia. Y esa misma leyenda sitúa a tan misteriosa isla, que el pueblo conoce tanto con el nombre de San Borondón como con los de "La inaccesible", "Non trobada" o isla "Encantada", en algún lugar entre las de La Palma y Hierro. Y lo cierto es que a lo largo de la historia han sido muchas las personas que afirman haberla visto. De hecho, su descubrimiento se achaca al monje de origen irlandés San Brandán -gran navegante y explorador de los mares de su época, que llegó a tener a tres mil religiosos a su cargo en la Abadía de Cluainfort- y a su discípulo San Maclovio, quienes en el siglo VI se adentraron en el mar en busca de una isla que -se decía ya entonces- poseía las delicias del Paraíso. Por cierto, hay que hacer un inciso para explicar que algunos historiadores han creído identificar a la isla de San Borondón en la descripción que, ya en el siglo II, el cosmógrafo de origen egipcio Claudio Ptolomeo hizo de Aprositus, a la que describiría como isla "que aparece y desaparece y a la que no se puede llegar".

  Pero volvamos a San Brandán. El caso es que, habiendo llegado a la zona del archipiélago canario, ambos amigos -a los que acompañaba un grupo de otros 17 monjes- avistaron en su búsqueda una isla, en la que desembarcaron, y que desde entonces pasaría a ser conocida como isla de San Borondón. Y asegura también la tradición que en ella encontraron un sepulcro en el que reposaba un gigante al que los dos monjes -que llegarían a santos- resucitaron, consiguiendo, después de constatar que se hallaban ante un ser de gran sabiduría, convertirle al cristianismo. Cuando San Brandán y San Maclovio -siempre, por supuesto, según la leyenda- decidieron abandonar la isla en compañía del séquito de monjes que les acompañaban, el gigante le pidió permiso al religioso irlandés para morirse de nuevo y poder acceder así, ahora que ya era cristiano, a las maravillas del cielo. Momento desde el cual -se dice- ningún otro ser pudo llegar a la isla.

  No obstante, el deseo de conocer algo más acerca de esta isla llevaría a muchos marineros, sobre todo a partir del siglo XIV, a adentrarse en el mar en su búsqueda, sin resultado si nos atenemos a los datos históricos. Siendo, al menos en la mayor parte de las ocasiones, las inclemencias meteorológicas -tormentas, tempestades, relámpagos, vientos huracanados, etc.- las que les impidieron alcanzar el objetivo. Lo que no mermó, en absoluto, el interés por encontrarla; antes bien, se vio fomentado. Así, ya Cristóbal Colón se refirió a ella en el diario de su primer viaje a América, avistándola el 25 de Septiembre de 1492; diario en el que narra cómo avistó una isla desconocida a unas 25 leguas de la nave. Por su parte, y según cuenta Juan Núñez de la Peña en su libro Historia de la conquista y antigüedades de Canarias, en 1570 el gobernador de la isla de La Palma, Fernando Villalobos, ordenó una expedición de tres navíos para intentar encontrarla... sin éxito. Un siglo después, concretamente en el año 1604, se dispuso otra exploración, esta vez bajo las órdenes del religioso Fray Lorenzo Pinedo y de Gaspar Pérez de Acosta, igualmente sin éxito.

  Expediciones que se justificaban porque han sido muchas las personas que, a lo largo de la historia, aseguraron haber visto la isla. Tal es el caso, por ejemplo, del mismísimo padre Feijoo, hombre poco dado a las supersticiones, quien afirmaría que, en algunos días claros de sol, él mismo había visto la isla desde la del Hierro.

  También el investigador italiano Gianni Settini, fundador de la asociación científica de Turín "Clypeus", reflejó el avistamiento de una isla no identificada en las proximidades del archipiélago canario. "En el año 1882 -escribiría- un mercante británico zarpó de Messina con una carga de frutos secos, 200 millas al sur de las Azores avistó, en aguas enturbiadas por toda clase de vegetales putrefactos, peces muertos y lodo, una isla no registrada en los mapas. A menos de veinte kilómetros de aquella tierra la nave echó anclas sobre un fondo de 14 metros, donde las cartas náuticas señalaban no menos de 700 metros de profundidad. David Radson, el comandante, expidió a algunos marineros a bordo de la chalupa a explorar la misteriosa isla, descubriendo puntas de flecha de sílex, espadas de bronce, lanzas, arcas y una espectral figura momificada, depositada en un sepulcro de piedra, incrustado de lava y conchas marinas". Una fortísima borrasca -continúa explicando Settini- impidió continuar la exploración, viéndose obligado el capitán a ordenar a sus hombres que regresaran al navío. No obstante, Radson pudo ofrecer un dato de sumo interés: la isla se encontraba en posición 21º 25' de latitud Norte y 28º 40' de longitud Oeste. Ahora bien, según estos datos no podría haberse tratado de la isla de San Borondón, salvo que la misma... tuviera la facultad de desplazarse. Hipótesis ésta que, unido al hecho de que apareciera y desapareciera de manera habitual, llevó a algunos estudiosos e investigadores a considerarla como una leyenda sin fundamento y a otros a plantearse las más inverosímiles posibilidades. Entre ellas, por cierto, que tal isla se tratara en realidad de una "base móvil" sumergible e inteligentemente controlada.

  Así, no deja de llamar la atención el testimonio recogido por Emiliano Bethencourt, descubridor de las pirámides de Güímar, de labios de un anciano del municipio de Sardina, en Gran Canaria, conocido entre sus amigos como "papá Juan" y que asegura que hace cincuenta años, cuando se dirigía a la localidad de Castillo del Romeral, vio cómo emergía del mar una isla: "Era -diría- como una gran ciudad, con enormes edificios de colores cambiantes".

  Aunque mucho más cercano en el tiempo se encuentra el testimonio que nos llegó directamente de labios de Julia León -hermana de las populares cantantes españolas Rosa y Eva León- quien afirma que en 1983, cuando vivía en la isla de La Palma, encontrándose en casa de una amiga en las proximidades de Fuencaliente, al sureste, vieron, inexplicablemente, una isla entre las de la Gomera y la del Hierro. Sorprendidas por lo que estaban viendo ya que sabían que allí no podía haber sino agua, pudieron contemplar cómo aquella isla, que se parecía mucho a la de la Gomera por su frondosidad, no era tal porque también se veía a ésta, aunque un poco más lejos, como igualmente veían la del Hierro. Julia León y su amiga, que durante más de dos horas permanecieron contemplando la isla, no pudieron dejar de preguntarse, entre bromas, si sería la mítica isla de San Borondón, de la que habían oído hablar. Como igualmente se plantearon si podría tratarse de un fenómeno óptico, de una especie de espejismo en el mar, lo que tuvieron finalmente que descartar. Su curiosidad, finalmente, sólo se fue disipando según la oscuridad de la noche fue catapultando la luminosidad de aquel inolvidable día para ellas.

  Cuando al día siguiente ambas amigas se asomaron al mar para contemplar de nuevo aquella extraña isla, se encontraron con que ya no estaba.

  "Aquella isla -nos diría Julia- muy similar a la de la Gomera, aunque parecía más pequeña, había desaparecido. Recuerdo cómo se podía ver el efecto del agua chocando con las rocas, percibir la espuma que se producía con el roce. Bueno, al menos eso me pareció, aunque a lo mejor era un simple efecto óptico. Parecía estar situada muy cerca de La Palma, al menos mucho más cercana a lo que veíamos tanto mi amiga como yo a las islas de la Gomera y la del Hierro. Lo que no hicimos fue preguntar si otras personas también la habían visto, aunque supongo que sí".

  No es, en todo caso, el único testigo de nuestros días. Otros isleños, por ejemplo, afirman -algunos en público, otros en privado- haber visto salir del mar, en esa zona, objetos luminosos que luego se perdían en el cielo; entre ellos A. P., piloto de Binter -compañía aérea canaria que regula el tráfico entre las islas-, mientras su avión hacía la ruta habitual.

  Pero estos testimonios no son los únicos. Así, Pedro González Vega, maestro de EGB jubilado y de 77 años de edad, que actualmente vive con su familia en Las Palmas de Gran Canaria, afirma de forma taxativa que San Borondón es "una base móvil en la que residen descendientes de los atlantes". Y lo hace, con todo lujo de detalles en una obra que, con el título El mensaje de San Borondón, editó por su cuenta y riesgo el propio autor en 1989, en tirada reducida, y que ahora va a ser reeditada con el título San Borondón. Conexión extraterrestre en Canarias. Obra en la que se relata, de manera novelada, los acontecimientos vividos en el año 1936 -absolutamente reales, según González Vega- por tres ciudadanos canarios -Aristán, Demetrio y Bastiano-, testigos excepcionales del enigma que esconde la isla.

  El libro explica cómo los tres amigos, habiéndose adentrado un día en aguas del Atlántico con un pequeño barco -el "Pacificador de los Mares" para dirigirse hacia La Gomera, se vieron arrastrados, en medio de una intensa tormenta, por una fuerte corriente de agua. Asustados y ateridos, el temporal se llevaría del barco a Bastiano sin que sus dos compañeros pudieran hacer nada por evitarlo.

  Luego, agotados y moralmente destrozados por la pérdida del amigo, se dejaron llevar hasta que, en plena oscuridad, notaron aterrados que el barco se deslizaba dando vueltas en espiral por lo que parecía ser un túnel de agua.

  Pero dejemos que sea el propio González Vega quien, en breve resumen, nos cuente el testimonio de lo sucedido, tal como se lo relató años más tarde Aristán, uno de los protagonistas del suceso:

  "Ciertamente, nos deslizábamos dentro de un túnel bordeado en toda su superficie por aguas destelleantes (..) El falucho corría velozmente (..) en una línea recta que parecía no tener fin. Atónitos y tensos, mirábamos a todas partes esperando el desenlace de aquella carrera (..) Habíamos desembocado sobre aguas tranquilas. Una luz tenue, que parecía emerger de cada objetivo, facilitaba la visión. (..) Una vez que nuestros ojos se habituaron a la claridad opaca de lo que parecía una Luna filtrada, el espectáculo era increíble y más bien parecía sueño que realidad. El mar ante nosotros parecía totalmente tranquilo y brillante. El trozo de lo que parecía tierra, que admirábamos, se veía opaco y silencioso bajo la paz lunar. Observamos diminutas parcelas que evidenciaban estar dedicadas al cultivo y algunas sombras que semejaban árboles. El falucho seguía deslizándose suavemente y el silencio ya era inquietante. A través de él percibía algo así como el roce del agua cuando es surcada por varios objetos para nosotros invisibles. Era, evidentemente, que no estábamos solos. Sí estábamos vivos y todo aquello no era un milagro, alguien nos observaba y nos guiaba”.

  Así era. Pero lo que ni Aristán ni Demetrio podían saber -según cuenta el libro- es que habían llegado a la mítica isla de San Borondón; sólo que tal "isla" era, en realidad, ¡una base móvil atlante! en la que residían sus descendientes directos. Habían llegado -como les dijeron- a "Atlantaria".

  No fue sencillo que Pedro González Vega hablara con nosotros sobre tan extraordinaria historia. Y desde el principio tuve la impresión de que me ocultaba, de forma consciente, información. En cualquier caso, había que aclarar algunas cuestiones previas y fue lo primero que hice.

-¿Su libro es una novela o el relato de algo que realmente ha acontecido?

-Es un relato novelado de unos hechos completamente reales que tuvieron lugar el año 1936.

-¿Y quién y cuándo le contó a usted esos hechos?

-Me los narró, algunos años después de que tuvieran lugar, Aristán, una de las tres personas que los vivieron.

-¿Todo lo narrado en el libro?

-Bueno, para ser absolutamente sincero, sólo lo que corresponde a los ocho primeros capítulos. El resto es información que he obtenido posteriormente por otras vías, pero no me pregunte usted por ello.

-Pero si todo esto aconteció en 1936 y estaba seguro de que lo que le había contado Aristán era cierto, ¿por qué no publicó el libro hasta 1989?

-Terminé de transcribir el relato de Aristán el año 1939, en plena guerra civil española, aprovechando un permiso que me concedieron durante los meses de Marzo y Abril. Pero la verdad es que, entonces, ni Aristán me hizo entrever, ni yo pensé, que aquella experiencia que él llamaba "sublime" pudiera ser tema para un libro. De hecho, mi obsesión en aquel momento -a punto de finalizar la guerra- no era otra que terminar el bachillerato y crearme un porvenir. Pero sí recuerdo -a tenor de esta pregunta lo que remarcó Aristán una vez que terminó la narración y que recién he comenzado a descifrar: "Esta manzana no estará madura hasta pasados 50 años y no será comida hasta cumplidos otros 50".

Ahora, al meditar sobre su pregunta, pienso que la coincidencia sobre el tiempo transcurrido desde que sucedieron los hechos y la publicación de mi libro, justo 50 años después, pudiera dar respuesta a la primera parte de la frase de Aristán. Pero probablemente serán nuestros nietos quienes puedan entender el significado de la segunda parte.

-Entiendo. Pero podrá confirmarme al menos si es o no cierto que la llamada isla de San Borondón corresponde realmente a una "base" donde reside una civilización superior a la nuestra y que fue allí donde llegaron los tres amigos que se hicieron a la mar aquel 1936...

-Eso sí. San Borondón es, en efecto, una base móvil habitada por descendientes de los antiguos atlantes. De ahí su nombre: Atlantaria. Aunque si he de ser totalmente sincero, debo decir que ese nombre está novelado. A Aristán le dijeron que el nombre de la base es el que ya le diera en su época Ptolomeo, nombre que le fue "inspirado" por ellos: Aprositus.

-Bien, vayamos entonces por partes. ¿Aristán y Demetrio llegaron a la isla por "casualidad"?

-No. Según les contaron luego, les habían estado siguiendo telepáticamente desde que habían salido de Gran Canaria, seguimiento que se produjo sin problemas hasta la isla de Tenerife. Luego, debido a la ingesta de alcohol, especialmente por parte de Bastiano, que había tomado bastante ron, les perdieron en varias ocasiones la pista. Más tarde, cuando se adentraron en la borrasca, intentaron apartarles de ella enviando una traílla de delfines, que remolcaron el barco en medio de la corriente; primero, en dirección Norte, y luego Oeste. Finalmente optaron por dejarles llegar hasta Atlantaria porque habían estudiado mentalmente sus pautas de comportamiento y pudieron constatar que expresaban una actitud de pacifismo, tanto interior como exterior.

-Usted cuenta en el libro que Bastiano también fue rescatado, aunque sin vida. Y que, sin embargo, gracias a sus portentosos adelantos, lograron hacerle revivir. ¿cómo fue eso posible? Y, por otra parte, si realmente les estaban siguiendo telepáticamente, ¿cómo no se dieron cuenta de que había caído al mar?

-Porque, a causa de la ingesta de alcohol de los tres, la conexión se había vuelto difícil y no pudieron detectar la ausencia de Bastiano hasta que le echaron de menos sus propios compañeros; momento en el que enviaron una nueva traílla de delfines en su busca, consiguiendo rescatarle y llevarle a Atlantaria. Y aunque estaba físicamente muerto, le pudieron devolver a la vida tras ser sometido a complicados trasplantes e injertos en las zonas dañadas del cerebro. Su recuperación duró un mes.

-Entiendo. ¿Y qué puede decirme de Atlantaria? ¿Sabe por quién y cuándo fue construida?

-Según me explicó Aristán en su día, y así lo recojo en el libro, Atlantaria o Proyecto Atlantaria, como ellos lo llaman, se trata de una isla-ingenio que fue construida hace once mil años para salvar a parte de la civilización que entonces vivía en el continente de la Atlántida, siguiendo las instrucciones recibidas de civilizaciones superiores que, ya un siglo antes, les vaticinaron el cataclismo que iba a sufrir su continente. Lo que ocurre es que, según le explicaron a Aristán, la catástrofe se adelantó en un cuarto de siglo, lo que les tomó por sorpresa, y sólo se pudo salvar a una tercera parte del pueblo, pereciendo el resto. Las personas que ahora viven en Atlantaria son, pues, los descendientes de aquellos que se salvaron. Se podría decir que Proyecto Atlantaria fue algo así como una enorme "Arca de Noé", pero dotada con una tecnología tan avanzada que les permite superar sin problemas la ley de la gravedad y moverse en espacios y dimensiones incomprensibles y desconocidas para nosotros.

-Ya. Volvamos entonces a la narración. ¿Qué sucedió cuando Aristán y Demetrio llegaron a la isla?

-Que recibieron órdenes telepáticas mediante las cuales se les condujo a la puerta de acceso al interior de la base, a la que entraron a través de una abertura que encontraron en el césped. Allí, nada más llegar, fueron sometidos a una limpieza exterior e interior. Al parecer, según me relató Aristán, les condujeron a una estancia donde tuvieron que despojarse de sus vestimentas y, a continuación, de manera automática, cuatro esponjas se desprendieron del techo pegándose al cuerpo de cada uno para lavarlo suavemente. Mientras, ropas y calzado eran absorbidos por una abertura que se abrió en la pared a nivel del suelo. Luego, las esponjas desaparecieron y cuatro almohadillas se pegaron a sus cuerpos para masajearlos. Después de unos minutos, durante los cuales les mandaron respirar profundamente y dar varias vueltas alrededor de la habitación, otros aparatos se desprendieron del techo, acoplándose uno a sus cabezas, dos a las orejas, otro a los ojos y otro al estómago, único órgano donde sintieron unos ligeros pinchazos. A continuación, una especie de máquina fotográfica recorrió de arriba a abajo sus cuerpos, mientras les mandaban abrir bien los ojos y la boca. Finalizada la limpieza exterior, iniciaron la interior, durante la cual percibieron diferentes imágenes y secuencias de colores naturales, acordes y sincronizados con la música que escuchaban. Cuando todo concluyó -según me contaron- se sentían realmente como nuevos.

-¿Qué sucedió luego?

-Fueron sometidos a lo que se podría definir como una regeneración celular. Se reacondicionó además, una a una, todas las piezas dentales, se rejuveneció su sistema circulatorio y se les intervino quirúrgicamente para dejar los órganos dañados en perfecto estado. En suma, se les renovó el organismo. Sin embargo, les dijeron que no habían hecho nada con sus cerebros; primero, porque las neuronas no se regeneran, y, segundo, porque se encontraban enfermos a causa de la cantidad de creencias absurdas que les habían inculcado desde niños, lo que había "rayado" las placas sensibles de sus mentes. Y es que, según les explicaron, yo creo que con cierta sorna, el espíritu de nuestra civilización vive encerrado en el miedo a dioses terribles y vengativos que espían avizores hasta dentro de nuestros pensamientos.

-Y con esas posibilidades tecnológicas, ¿cuál es su media de vida?

-Unos ciento veinte años; no obstante, les dijeron que algunos llegaban a alcanzar hasta ciento cincuenta años y más.

-Y edad y tecnología al margen, ¿le dijo Aristán si pueden ser consideradas personas con un grado evolutivo superior al nuestro?

-Sí, se encuentran muy por delante.

-Pues me gustaría saber la razón de que no se comuniquen con nosotros de manera abierta"... ¿La conoce?

-Bueno, aunque etnográficamente son algo así como el brazo escindido de un mismo tronco común, su civilización, hoy desaparecida, estaba mucho más evolucionada que la nuestra actual y consideraron que era mejor vivir aislados para no interferir directamente en nuestra evolución. Lo que no obsta para que a lo largo de estos milenios hayan procurado ayudarnos sutilmente, en especial inspirando e iluminando con la fuerza de sus mentes a muchas personas. Lo que ocurre es que, luego, muchas de esas personas a las que ellos se dirigieron no fueron escuchadas, mientras otras fueron tergiversadas, manipuladas e, incluso, explotadas. Por eso creen que, de alguna manera, han fracasado en su intento de ayudar. Y la verdad es que yo comprendo que a nadie le debe apetecer mucho relacionarse con una civilización, la nuestra, cuya principal característica parece ser el odio elevado a la enésima potencia. Deben considerar que nuestros corazones -y, de hecho, así se lo expresaron a los tres amigos- albergan mucha maldad para que seamos capaces de matarnos fríamente, sin piedad ni control. Es más, si nos matamos por millones y es en la guerra donde arriesgamos la mayor parte de nuestros bienes, ¿por qué no íbamos a intentar acabar con ellos o intentar dominarlos? No, no me extraña que prefieran permanecer en el anonimato...

-¿Le contó Aristán cómo es la sociedad de Atlantaria?

-Armónica. Han superado los enfrentamientos que todavía perviven entre nosotros. Por ejemplo, cada persona tiene su cometido. Allí la jornada laboral es de cinco días y dos de descanso. Los jóvenes y los niños, que viven en el llamado Centro de Profesionalidad, antes de decidir su futura profesión son instruidos en todas las disciplinas: artes, literatura, lenguas, tecnologías, etc., teniendo designadas para el estudio las mismas jornadas que los mayores; los días de descanso los pasan con sus respectivas familias.

Aristán me dijo que contaban con una inmensa biblioteca, dividida en pequeñas áreas, en cada una de las cuales se encontraba lo esencial de la literatura de cada uno de los idiomas que se hablan en la Tierra.

-¿Es también la familia la célula social básica?

-Sí; aunque los atlantarios sólo deciden unirse en pareja de forma definitiva cuando piensan que ha llegado el momento de tener hijos, si bien no tienen más de uno o dos.

-Las escuelas de pensamiento más avanzadas en nuestro mundo plantean que la alimentación, básica para el desarrollo evolutivo integral del ser humano, será vegetariana en el futuro. ¿Piensan ellos lo mismo?

-Los atlantarios, según me dijo Aristán, dan muchísima importancia a la comida. En cuanto a los productos en sí, toman sobre todo frutos secos, frutas variadas, miel, productos lácteos, pescado, etc. Pero más que lo que comen, donde se incide especialmente es en cómo lo hacen, procurando que la comida sea una fiesta para el cuerpo, para el espíritu y para los que les rodean, intentando charlar de todas las cosas agradables de la vida: la danza, los deportes, las artes, el amor.... Se vuelcan en el acto de comer y eso incluye alimentar tanto al cuerpo como al espíritu.

-¿Cuántas comidas hacen al día?

-Tres, aunque la que nosotros llamamos almuerzo no es una comida propiamente dicha; ellos, según me dijo Aristán, la definen como "complemento alimenticio" ya que es distinto y adecuado a cada persona. De hecho, consiste en una tableta de unos dos centímetros cúbicos que denominan "reguladora de carencias y sobrantes" y que contiene los elementos químicos que faltan o escasean en cada organismo, de acuerdo con los complejos análisis que se hacen cada ciento ochenta días. Las demás comidas son normales y en ellas se ingiere una amplia diversidad de alimentos, excepto carne.

-¿Cómo es la base por dentro?

-Se halla dividida en módulos independientes que, al mismo tiempo, permanecen unidos, y que cada cierto tiempo emergen a la superficie para renovar la atmósfera. Momentos esos, precisamente, que hacen "visible" la parte que emerge y ha sido vista por diversas personas a lo largo de los milenios. Además, cuentan con lo que denominan "pájaros voladores", aparatos que alcanzan gran velocidad y con los que pueden realizar largos recorridos, tanto dentro del agua como en el exterior.

-¿Cómo son esos "pájaros voladores"?

-Aristán me dijo que contaban con dos tipos de artefactos volantes: unos, los que utilizan para trayectos más cortos, llegan a alcanzar los doscientos kilómetros por hora; los segundos, por su parte, pueden volar a quinientos kilómetros por hora, siendo necesario en este caso utilizar trajes protectores. Es más, Aristán me comentó que se había sorprendido porque no soltaban humos ni gases. Al parecer, según le dijeron, existen muchas energías dormidas en la Naturaleza esperando la varita mágica que las despierte. Ellos han utilizado las menos dañinas para el medio ambiente. Según le explicaron, los componentes del aire, del agua o de la energía solar, desdoblados, dosificados y vueltos a fusionar con otro elemento extraño, pueden convertirse en energías poderosas, baratas y limpias. Y es esa energía desconocida para nosotros la que usan para su propulsión aérea, marítima y terrestre. El procedimiento es tan simple, al parecer, que apenas han podido reducirlo o simplificarlo aún más desde su descubrimiento original.

-¿Y cómo es, estructuralmente, la base? Me refiero a sus edificios...

-Los edificios y viviendas son subterráneos. Sin embargo, algunas zonas emergen habitualmente a la superficie, como los comedores y las zonas de recreo, de deportes y de diversión.

-Eso quiere decir que no disponen de luz solar directa, salvo en aquellas zonas que salen a la superficie...

-A Aristán le dijeron que filtraban los rayos solares y que éstos no perdían ninguna de sus propiedades.

-Lo que no entiendo es cómo se explica que una base tan grande no haya sido nunca localizada, ni siquiera por los aviones que efectúan constantes travesías por el espacio aéreo...

-Hasta este siglo, para permanecer aislada la base no necesitaba ni siquiera la protección del campo de nieblas. Las embarcaciones que se acercaban a la zona eran, simplemente, ahuyentadas con pequeñas tormentas artificiales. A veces, incluso, han dejado que arriben a las “costas" aquellas naves que precisaban reparación; y cuando sus tripulantes intentaban adentrarse o investigar, eran dispersados con lluvias, truenos y relámpagos. Posteriormente, en la época de los grandes vapores hubo ya que usar la niebla artificial, siendo utilizados diversos métodos disuasorios: paralizar las máquinas y hacerlos entrar,en una corriente provocada que les hacía dar un rodeo, cambiarles el rumbo sin que se dieran cuenta, dormir a tripulaciones enteras, hacerles cambiar el rumbo mediante órdenes telepáticas... y mucho más.

En la actualidad, con la aparición de los aviones, radares y demás aparatos de detección, lo que se hace es contrarrestarla tecnológicamente. En cualquier caso, y por prevención, me dijo Aristán que la base ya no se hará visible tanto como en épocas pasadas, permaneciendo más tiempo en inmersión; y los diversos módulos, cuando se desplacen, realizarán sus encuentros en parajes solitarios y alejados de nuestras rutas marinas y aéreas.

-Una última pregunta. En el libro se explica que los atlantes querían hacer llegar un mensaje a los gobiernos de la Tierra y decidieron enviarlo a través de un científico inglés llamado Sir Thomas Walker. ¿Existió realmente esa persona?

-No. Es un personaje literario que creé para poder dar a conocer el mensaje que los, atlantes querían trasmitir a toda la humanidad a través de Aristán, Demetrio y Bastiano.

-¿Y podría darme una idea general del mismo?

-Los atlantes estaban preocupados en aquellos momentos por el desarrollo de los acontecimientos en el planeta, ya que debían vislumbrar lo que se avecinaba. Recordemos que la llegada a la base de los tres amigos se produjo en 1936, poco antes de que estallara la Guerra Civil española, antesala de la segunda conflagración mundial.

El mensaje incidía en que nadie tiene derecho a quitar la vida a otro ser humano, en que no es posible mantener un cerebro sano y equilibrado dentro de un cuerpo enfermo, y viceversa; en que, en ese sentido, la Primera Guerra Mundial, con más de diez millones de víctimas mortales, demostraba fehacientemente que el hombre, salvo excepciones, es el animal más enfermo de La Tierra, por lo que vaticinaban que si no frenábamos a tiempo nos situaríamos “en la rampa final de vuestra destrucción total".

Y nos recordaban, en suma, que “la existencia es un estado permanente de equilibrio en todos los niveles” porque “el equilibrio es una de las leyes eternas de la permanencia, del existir”. E invitándonos, en definitiva, a alcanzarlo.


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